A A. Pérez. A Sebastián. A todos los que me susurran, sin siquiera hablar. Al que dice «bajo el mar», en código, pídeme, que sea solo tuya,

y enséñame, ese lenguaje que dominas, tanto como mis manos, como mi voz.

Susúrrame cada noche, antes de dormir,

líneas rodeadas de #, las mismas que son mi vida,

mi Universo, mi holograma,

si, simplemente, no dices nada.

Quiero que me pidas que me case contigo.

No hoy. Cada día. No algún día. Hoy, como siempre. Ahora, como nunca.

Jamás me sueltes. Jamás me escondas. No. No me escondas más.

Grítale al mundo quién soy, quien te inunda, cada noche, con tanto amor;

ni 2, ni 4, ni 7, me da igual.

O todas las estrellas me enseñas, o para qué observar, el cielo de invierno, y no entender, que el de verano existe, y es bello, como el Universo en si.

Así, que pídeme, que me case contigo, o que me vaya por donde vine a ti. Por la vía de la amistad, que creció sin limite, sin fin.

Con el fin de verte, cada alba, cada amanecer, con el fin de que tu presencia,

no sea la ausencia,

de esta noche,

de ayer.

Así que toma el anillo, que me domina a Mí.

O suéltame, desata los nudos, que nos unen, que nos enredan, que no me dejan respirar.

Todos y cada uno de los electrones que rodean nuestra habitación, que se queden quietos, como fríos están,

como muertos estarán, si hoy,

no te arrodillas, o no, mejor, no

ámame como vives, de pie. Mírame como me miras, en horizontal. Tómame y seré tuya. Así, sin más.

Y quédate con todo, lo que te ofrezco hoy.

Y siempre, la misma historia, cada amanecer.

Yo leyéndote, ante el mundo, como tu mujer.

Las más bellas letras que me hagas concatenar, con tu voz, con tu sonrisa,

con tus ojos, con tu olor.

El que dejas en mi almohada, que, en realidad, es de los dos.

En el sofá, en el balcón. En mis dedos, en mi piel. En el ya no sabemos quién es quién. En es ya no somos dos, ya no somos más. Que lo que queda al fusionar,

dos almas errantes, que navegan en el mar,

sigue nadando,

y escucha a tu mujer,

la que te pide que te cases con él.

Yo te digo hoy, mi amor, que jamás oirás mi voz, pidiéndote que te unas, a mí, a ti, que le enseñes al universo tu dedo corazón, y muestres ese Anillo que domina mis comandos, que es como un Iwatch, pero mil veces mejor.

En un i-ring, y está hecho del oro, fusionado con mi calor. Con nuestra pasión. Y ¿sabes de dónde viene el oro, mi amor?

Del mismo sitio, al que te llevaría, de Luna de Miel,

si, hoy, si cada día, me pidieras en horizontal,

que hoy, que cada día, sea tu musa, tu Uno, tu mujer.

Que sea Todo lo que juntos podamos ser.

Todo lo que podamos soñar.

Todo lo que podamos diseñar.

Medio en balleno, medio en código, de eso trata el pseudo-código tal vez,

de dos voces fusionándose en un eterno vaivén.

El de tu piel en mi piel.

El de tu ser en mi ser.

El de un libro, el de los dos.

El de un futuro que no sé ni imaginar. Ya puedes pensar. Cuán grande debe ser la felicidad, si ni siquiera

la puedo soñar.

Así que voy a cerrar los ojos, a ver si así, tal vez,

susurras las palabras que sueño con oír de tu voz,

Te quiero, mi Amor. A ti, como a ninguna, A ti, ahora, cada hoy, cada día, cada segundo que no estés. Cada onda que se desgarra, cada fotón que se apaga, cuando te vas. Déjame diseñarte un Agujero Negro, y condensémonos, mi Amor.

Mi vida, Mi voz.

Mi elipse eterna de dos infinitos en una verbena que no sabe acabar. Que ha entrado en bucle, que está

en eterno equilibrio,

como a ti,

te gusta estar.